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Es difícil plasmar en papel lo que significa para mí la palabra competir. Cuesta definir algo que ha sido tan manoseado, tan interesadamente relegado a chocar, a correr… Voy a intentar interpretar lo que significa para mí, de forma subjetiva, personal, sin intentar acercarme a una verdad que no puede ser absoluta

Relaciono el término con la voluntad de querer ser, y de querer estar. De querer ser aquello en lo que nos hemos construido, por encima de las adversidades. Pero de querer estar en caso de no conseguirlo por influencia del rival. De querer estar en el partido, de saber que estás en el partido aun no estando cerca de aquello en lo que nos construimos. Con chocar, pero también con seguir filtrando entre líneas después de haber fallado tres pases seguidos. Competir tiene más que ver con la perseverancia que con el resultado. Con la actitud, antes que con la aptitud. Con no quedarse quieto, paralizado por el miedo en la adversidad. Y con no relajarse, bajar el nivel de activación, cuando las cosas están yendo muy bien y el resultado es holgado.

Competir no es perder 1-0 contra un rival muy superior, si el rival ha dado tres postes, dos largueros y fallado un penal. No tiene nada que ver con el resultado, no puede tener nada que ver. Ahora parece que lo manoseamos para justificar una derrota ajustada contra un rival superior para tener algo a lo que agarrarnos. Eso no es competir.

Lo primero que digo en la primera charla de la temporada, es que tenemos que competir hasta durmiendo. Tenemos que tener la voluntad suficiente de querer hacerlo. A partir de ahí, nos construiremos. A partir de levantarnos ante la adversidad. De vivir los entrenamientos, los partidos queriendo ser mejor cada día. No conformándonos con lo que somos, y buscando siempre aquello que queremos y podemos ser. Corriendo, chocando, siendo solidarios, dando ventajas al receptor del balón en momentos delicados… Competir con nosotros mismos, para así, poder jugar lo mejor posible contra los rivales.